martes, 27 de julio de 2010

Prólogo para un libro no escrito

Cuando me presentó los primeros borradores no tuve más remedio que quedarme sin habla. En mis manos se encontraba el libro incesantemente buscado. El libro de todos los libros. El libro total buscado por Borges en su biblioteca de Babel. Estaba formado por trescientas cuarenta y tres páginas ( incluyendo agradecimientos e índice), que a su vez se dividían en cincuenta y dos capítulos con tres apartados en cada uno de ellos.

Los primeros tres capítulos iban introduciendo al lector en el vasto universo que le aguardaba. Explicaba palabras, metáforas, símbolos. Diseccionaba detalladamente las motivaciones que le llevaron a escribir el libro, las dificultades que encontró en el camino. Aclara y repite (sin que ello moleste) todas y cada una de las dudas gramaticales, sintácticas, históricas, científicas o de cualquier otra índole que pudieran hallarse en capítulos posteriores, haciendo así un libro adaptado a cualquier nivel intelectual.



Después siguen una sucesión de nueve capítulos, distribuidos del siguiente modo: siete desarrollan los siete pecados capitales; uno alerta sobre el horrible destino que espera a quien los cometa; el último anima a ser libre y ateo y a pecar setenta veces siete como quizás adoctrinara Jesús a sus discípulos.

Los veinte capítulos siguientes abordaban todos los temas sobre los que el hombre ha soñado e intentado explicar a lo largo de la historia. Comienza con el origen del universo y a partir de ahí, desgrana todas las inquietudes humanas: el nacimiento del primer ser vivo; el eslabón perdido; la composición de los agujeros negros; la identidad de Jack el destripador; el plano preciso de una máquina del tiempo...
Después sigue con cuestiones más etéreas, pero no por ello menos importantes. Descifra el sentido de la vida; desmenuza las tres grandes preguntas: ¿de donde venimos?, ¿qué somos?, ¿hacia donde vamos?; resuelve todos los secretos del amor; aclara la duda de la existencia de la vida después de la muerte; encuentra la religión correcta...

Los últimos veinte capítulos reniegan de todo lo anteriormente escrito. Se adentran en los terrenos de la locura, conviven con las más oscuros sentimientos del escritor. A través de la poesía muestra su alma completamente descarnada y desnuda. Cientos y cientos de versos van conformando el libro eterno, concluyendo en un enigmático capítulo final. Éste solo contenía tres únicas palabras: no se nada.

Pero dejé el único y valioso manuscrito solo en mi pequeña casa de campo y , quizá por la osadía de aquel hombre por descifrar los designios del universo, mi casa ardió por completo de forma espontánea. Busqué al autor pero me dijeron que un rayo le había fulminado.
Y, así, paso los días y las noches intentando recordar todo lo que pude leer de aquel libro. Ya he completado trece capítulos. Pero aún no se lo he mostrado a nadie, temo que si algún día lo termino un feroz incendio lo destruya y un rayo atraviese mi corazón.


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