miércoles, 14 de julio de 2010

Humo

Alana colocó cuidadosamente la china en el fino papel de arroz y la mezcló entre el tabaco de su último cigarrillo; humedeció con su lengua la delgada cubierta y lo terminó de cerrar por su extremo. Con una ligera sacudida concluyó el porro y se reclinó sobre el sofá de su habitación.
Daba largas caladas, dejando que la droga penetrara por todo su cuerpo, arrastrándose por las sensaciones con la voz de Ivan Ferreiro como ruido de fondo. Fuera, la lluvia maltrataba la ciudad, anegando todas las alcantarillas e incautos que se cruzaban por su camino. El cuerpo de Alana fue poco a poco haciéndose cada vez más blando, balanceándose en el golpeteo de las gotas en el cristal, que acompañaban el ritmo de la música haciendo que se quedara profundamente dormida.



Herminia giró la llave y abrió lentamente la puerta de su casa. Desde el descansillo se podía escuchar la música retumbando por todo el piso. “Alana...” Murmuró con el aire aburrido y cansado que dan las interminables broncas y reproches a lo largo de toda una vida. Herminia dejó el paraguas a un lado y apagó el equipo de música, dejando solo el sonido de las gotas de lluvia como ruido de fondo. Observaba a su hermana tendida sobre el sofá, tan solo cubierta por un fino camisón de azul que hacía transparentar toda su ropa interior. Dormía a pesar del nuevo intruso, con un rostro de placida felicidad. Un suave olor a marihuana y tábaco surgía del cenicero.
- ¡Alana!- gritó Herminia.
Esta entreabrió los ojos, intentando habituarse a la luz.
- ¿Qué pasa...?- Respondió masticando cada palabra.
- ¿Cómo que qué pasa?. Sabes perfectamente que no puede fumar esa porquería en mi casa.
- No es un porquería-respondió incorporándose del sofá. Es el único vicio que me puedo permitir.
- Siempre quisiste tener el protagonismo.
- No me des más la paliza, ¿quieres?.
- Recuerda que estás en mi casa porque te echaron de tu piso.
- Si quieres echarme, dímelo sin rodeos. No quiero estar con nadie por caridad.
- Sabes perfectamente porque estás aquí.
- ¿Por qué soy tu hermana? ¿Por qué los lazos familiares son sagrados?; ¿Por qué te consumirían los rumores...?
- Eres muy injusta conmigo.
- ¡Ah, vaya!. Ahora te haces la víctima.
- ¡No consiento que me hables así!
- Lo siento, pero no sé hablar de otra manera.
En ese momento Herminia, sin previo aviso, lanzó un contundente puñetazo sobre el rostro de su hermana. Alana se quedó mirando fijamente los ojos de su agresora, y pese al dolor y la sangre que brotaba de su nariz una enorme sonrisa iluminó su rostro.
- Sabes, llevo tirándome a tu marido desde hace siete años.
Y con un ligero empujó apartó a Herminia y se dirigió rápidamente hacia la puerta.
- Por qué... -murmuró Herminia.
Alana se detuvo frente a la salida. Y respondió:
- Porque no sabes las cosas que se pueden hacer con un piercing en la lengua y un rencor acumulado de veinticinco años.



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