El paisaje dormita bajo un cielo extrañamente triste, apagado. Son las siete y doce de una mañana doliente. Los ojos, huecos, no dejan de mirarse como si quisieran encontrar el sentido a las palabras que solo dirían ante desconocidos o instituciones oficiales. De lejos se oye el murmullo de una metálica melodia. A mi espalda se baten las páginas de un periódico marginal y con la caducidad de lo que dura el trayecto de viaje.
El tren se arrastra incómodo y pesado. Son las siete y veinte de una mañana aún doliente, aún lejana, aún en ausencia de ti.
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