En casa de mi abuela, en la habitación donde solía dormir mi padre, existía un enorme armario empotrado que no podíamos abrir. Tardes enteras nos pasábamos imaginando qué podría ocultarse en su interior. Mi primo Miguel siempre decía que allí guardaba el abuelo las cosas de cuando estuvo en la guerra: la pistola, su uniforme, ¡hasta una espada! Pero ninguno de nosotros se atrevió jamás a preguntar en realidad qué había realmente dentro. Era mucho mejor quedarse con lo imaginado.
Tiempo después, cuando los abuelos se fueron definitivamente y la casa hubo de venderse, mi padre, que sabía del interés por aquel armario, me dijo que si quería saber lo que en realidad ocultaba. En realidad ya lo sabía. Eran solo sábanas y mantas que se guardaban hasta el próximo invierno. ¿Pero quién es capaz de matar la imaginación?...
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Hace 1 mes
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