Andrés detuvo justo a tiempo la puerta del ascensor. Aliviada, entró con prisa María, delgada y bien vestida, con una nariz y unos labios impecablemente esbeltos, que dejarían entrever una singular belleza sino fuera por la extraña máscara de cocodrilo que cubría su rostro. Andrés, con su traje roído y previsible, solo acertó a musitar su piso de destino y el agradecimiento por las felicitaciones de Navidad.
El ascensor se paró entre el segundo y el tercer piso cinco segundos después. Los gritos tardaron más de veinte minutos en sofocarse. Las palabras de consuelo y el beso en la mejilla no aparecieron hasta pasados veintitrés minutos.
La máscara fue la última en desprenderse cuando los dos ya estaban desnudos.
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Hace 1 mes
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