martes, 8 de junio de 2010

Siempre las mismas historias...

La máquina resopló al aterrizar sobre la superficie rocosa. La mujer, con un impecable uniforme de astronauta negro, echó una rápida mirada al exterior de su nave. Todo parecía normal. Con un gesto cansado cogió sus herramientas -apenas un medidor de temperatura y unas tenazas- y salió de la nave. Treinta minutos después, cuando ya estaba concentrada en su trabajo, sucedió algo inesperado. Una leve mariposa, azul con puntitos nacarados, se posó en el borde de sus nudillos y con una voz sigularmente ronca la despidió de un modo fulminante.

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