Su narrativa era única. Uno de los pocos que mezcló y usó como nadie los límites de la ficción para tratar los temas más universales. Con una naturalidad prodigiosa nos puede contar que el mundo se queda ciego de repente o que la muerte ha decidido que no va a caer más sobre los hombres, haciendo insufrible la eternidad.
Le recordare por regalarme hoy uno de esos finales que te cortan el aliento y que te dejan pensando el resto del día.
Hasta siempre...
"Se acostaron. Blimunda era virgen. Cuántos años tienes, preguntó Baltasar, y Blimunda respondió, Diecinueve años, pero entonces su edad era otra. Corrió algo de sangre por la estera. Con las puntas de los dedos índices y corazón humedecidos en ella, Blimunda se persignó e hizo una cruz en el pecho de Baltasar, sobre el corazón. Estaban los dos desnudos. En una calle cercana oyeron voces de desafío, batir de espadas, carreras. Luego el silencio. No corrió más sangre.
Cuando, por la mañana, despertó Baltasar, vio a Blimunda tendida a su lado, comiendo pan, con los ojos cerrados. Sólo los abrió cenicientos a aquella hora, tras acabar de comer, y dijo, Nunca te miraré por dentro."
"Memorial del Convento"; Editorial, Alfaguara.
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