viernes, 5 de febrero de 2010

La reina de las Nieves, Carmen Martín Gaíte

Era uno de esos libros que encadilaban pero que no terminaba de llenar. Fragmentos maravillosamente descritos que te hacían sentir la historia junto a tramas difíciles de seguir y demasiado ambíguas. Pero Leonardo Villalba, uno de los dos protagonistas, decide montar en la moto de una chica a la que acaba de conocer en una de esas largas noches y subir hasta su casa. Allí, lejos de suceder lo previsible, se esquina y se refugia en la habitación de la compañera de piso de la chica.
Un capítulo que, ahora que lo he releído, fuera el que me hizo decidir definitivamente mi vocación por las palabras.

"Almu seguía de espaldas, asomada a aquel escenario que yo aún no conocía. El tono de la música había descendido hasta convertirse casi en un murmullo.
[...]
El teléfono dejó de sonar y se oyó un diga entre sensual y quejumbroso. Luego ya no se oyó nada más, porque Mónica salió al pasillo precedida por el perro y cerró la puerta. Traía en brazos una bolsa de deporte rebosante de libros. Cuando me descubrió allí sentado detrás del perchero, se sobrecogió tanto que algunos se le cayeron en cascada, porque los de arriba venían en equilibrio bastante inestable. Me vi arrodillado en el suelo recogiéndolos.
- ¡Madre mía, qué susto oye! Pero, ¿quién eres tú? ¿Has venido con Almu por casualidad?
- Sí, por pura casualidad. Pero deja, no te agaches, que se te van a caer los demás. Ya te los llevó yo, tranquila. ¡Hombre, El miedo a libertad, mira por dónde!
- ¿Lo quieres? Es de los que dejo. Me voy de viaje para mucho tiempo, ¿sabes?
- Sí y no-contesté.
Me había puesto de pie con los libros en brazos, y nos miramos. Tenía los ojos color de avellana y me exploraba con una curiosidad complaciente.
- ¿Cómo que sí y no? Parece un acertijo.
[...]
- Siéntate si encuentras dónde-dijo-, que ahora salgo. Y tomátelo con calma.

[...] Unas veces dirigía mis ojos al resplandor fanstasmal de las farolas rodeadas de niebla fuera, en la calle, y otras al espacio semiencubierto donde aquella chica se afanaba por ordenar un caos cuyas referencias se me escapaban por completo.
- Lo digo-continuó-, porque cuando Almu se pone a hablar por teléfono con Clemente, ya la conoces.
Miré hacia allá. Mónica estaba de espaldas, inclinada sobre la cama doblando unas prendas de ropa. Tenía unas piernas muy bonitas.
- No-dije-, no la conozco de nada.
[...]
Pasó bastante rato y yo disfrutaba del placer de estar leyendo cerca de alguien que no te molesta. Una paz compartida, sin estridencias, como si nos conociéramos de toda la vida.
Algo semejante a ponerse a bailar con una persona que acaban de presentarte y notar ese acoplamiento inmediato y sin tropiezos que suele conseguirse en general tras esforzadas horas de ensayo.
Mónica tenía la costumbre de subrayar algunos párrafos con lápiz, cuidadosamente, y también de apuntar reflexiones al margen. No tardé en reconocer su letra esmerada y pequeña. Porque era la misma que se repetía siempre. Y contrastaba ese gusto por tomar notas de lectura con el desprendimiento que se traslucía en la disponibilidad de regalar sus libros. Me llamó la atención una frase cruzada en el ángulo superior de un capítulo: ´Los recuerdos son tiempo sagrado. El peregrinaje por los lugares que evocan recuerdos (sobre todo si se lleva a cabo a solas) tiene una riqueza purificadora para el alma, re-nueva´"

La Reina de la Nieves
Carmen Martín Gaite
Editorial: Anagrama

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