De Graciela no me gustaban sus labios. Ni sus caderas. Ni sus ojos. Ni tan siquiera su forma de besar. Lo que más me gustaba de ella eran sus codos.
Eran unos codos rectilíneos y suaves. Sin rozaduras ni llagas visibles. Eran la perfección echa articulación humana. Me pasaba el día acariciando sus codos. Besándolos.
Pero detrás de ellos estaba Graciela. Y era una carga demasiado pesada para aguantarla.
Así, que evidentemente, la historia de amor terminó en formol y gasas esterilizadas.
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Hace 18 horas
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