Carla siente su presencia con una incomodidad extraña. Sabe que necesita consuelo, hablar siquiera con alguien frente a un café.
- ¿Ha pasado ya el 91?
Es su voz. La de él. Débil y temblona.
- No. Aún no. Yo también lo espero.- dice ella, con una sonrisa forzada, mecánica, casi triste.
De nuevo el silencio. El viento que silba. E inevitablemente, él rompe a llorar.
Pero ya dos luces se aproximan a ellos. Carla se levanta. Hace un amago hacia él. El 91 frena, abre sus puertas y ,nada más meterse Carla en el interior, las cierra sin esperar que aquel chico se decida a dar un paso adelante.
A diario nos cruzamos con mil personas y otras tantas historias, ojos que lloran y bocas que ríen, bufandas que tapan y rostros que exhiben su estado, distrayendo de lo que quieren ocultar.
ResponderEliminarEn cualquier lugar, en cualquier momento, en una perdida marquesina puede surgir una historia que escapa de la monotonía de lo cotidiano.
Un saludo