Se encontraba aterido y hambriento. Su cara estaba profundamente demacrada y sus ojos eran tristes y apagados. Lo llevé a visitar los rincones más elegantes de la ciudad, a surcar el firmamento para observar la belleza del silencio colgado tan solo por la punta de una

estrella. Poco a poco fue recuperando la energía, sus ojos brillaban ahora con más fuerza y su vida ahora tenía sentido.
Se llamaba, digamos que María, y nos casamos una hermosa mañana de Abril.
Qué bonito :) qué romántico es el amor que se encuentra sin buscar y que revive las pupilas gastadas.
ResponderEliminarGracias... Sí, romántico y extraño.
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